Mensajes a Ana en Mellatz/Goettingen, Alemania
viernes, 24 de junio de 2016
La fiesta de San Juan Bautista.
El Padre Celestial habla después de la Santa Misa del Sacrificio Tridentino según Pío V, a través de Su instrumento e hija Ana, dispuesta, obediente y humilde.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Hoy, 24 de junio de 2016, hemos celebrado la fiesta de San Juan Bautista en una digna Misa de Sacrificio Tridentina según Pío V.
El altar del sacrificio y también el altar de María, especialmente el sagrario y los ángeles del sagrario, estaban bañados en luz dorada. También la corona, que el sacerdote se había puesto por el Padre Celestial en la Trinidad por su 60 aniversario sacerdotal, estaba bañada en luz dorada y resplandeciente, al igual que los diamantes de la corona, que también brillaban.
A esta fiesta hablará hoy el Padre Celestial: Yo, el Padre Celestial, hablo ahora y en este momento, a través de Mi dispuesta, obediente y humilde instrumento e hija Ana, que está totalmente en Mi Voluntad y repite sólo palabras que vienen de Mí.
Amado pequeño rebaño, amados seguidores y amados peregrinos y creyentes de cerca y de lejos. Todos vosotros estáis llamados hoy a seguir Mi llamada, porque San Juan ha adquirido un poder especial de intercesión Conmigo por vosotros en el cielo. Esta fiesta es una celebración especial para todos vosotros. El hijo de Mi sacerdote celebró su primera Misa hace 60 años en este día. Como todos sabéis, Mis amados, este San Juan es el precursor de Mi Hijo Jesucristo. Incluso hoy es el precursor. Porque, como sabéis, la Iglesia católica ha sido pisoteada hasta quedar irreconocible y pisoteada.
Pero vuestro Padre Celestial levantará una Nueva Iglesia en gloria y esplendor. Nada será defectuoso en esta Iglesia. Por el momento sólo contempláis esta Iglesia destruida.
Pero vosotros, Mi amado pequeño rebaño y seguidores, sois sacados de este modernismo, que sólo enseña error y confusión. Vosotros creéis y confiáis. Sois los seguidores que estáis detrás de Mi Hijo Jesucristo.
Todos tomáis vuestra cruz sobre vuestros hombros voluntariamente y con amor. No os libráis de esta cruz porque sois los hijos amados de María. Mirad una y otra vez a Mi Madre, a la Madre Celestial. Ella ha cargado antes con la cruz más grande, y ahora también levantará vuestra cruz. Ella es la madre de todos, especialmente la madre de los sacerdotes.
Hoy llamo de nuevo a la conversión a todos los sacerdotes.
Tú, Mi amado hijo del sacerdote, eres el que clama en el desierto; «Vuélvete», dices.
Amados hijos de los sacerdotes, estáis en el error y la confusión. Estáis al borde del abismo. Pero yo, como sacerdote, os invoco una vez más, en nombre del Padre Celestial: «Volved atrás, aún se da el tiempo de la conversión. Sólo un poco más de tiempo para que aún puedas agarrarte a esta paja. Entonces estaréis perdidos para siempre».
Vosotros no queréis eso, Mis amados hijos de los sacerdotes. Queréis creer y confiar. Yo, como Padre Celestial, os abrazaré en Mis brazos en el último momento de la conversión.
Estaré agradecido por cada hijo sacerdotal a quien haya podido salvar a través de vuestra expiación, a través de vuestra oración y a través de vuestro esfuerzo y trabajo en Mi viña. No te has rendido, al contrario. Habéis confiado en el cielo. Por eso sois los justos, los elegidos, que habéis resistido toda persecución. Seguiréis siendo fieles al cielo.
Os amo, especialmente a ti, Mi amada pequeña Catalina, que en este momento tienes la mayor participación en la redención de Mi Hijo. Tu sufrimiento es indeciblemente grande. Sin tu Padre Celestial no podrás soportar este sufrimiento. Pero con Él puedes dominarlo todo. Todo sufrimiento es para tu salvación. Cree en ello y confía aún más profundamente.
Os amo y os amo a todos. Os bendigo ahora en la Trinidad, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar por los siglos de los siglos, Amén.
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